La lucha contra el racismo es una de las prioridades de las sociedades modernas. La proliferación de las redes sociales, el avance de la tecnología y la globalización en el mundo actual hacen más fácil denunciar el racismo y visibilizar sus nefastas consecuencias en la sociedad. No ocurre lo mismo, sin embargo, con la cara más sutil del racismo: los microrracismos.
Los microrracismos son expresiones estereotipadas cotidianas que perpetúan la presencia del racismo de una forma sutil, que no se nota y que se nos hace llegar como un chiste o como una gracia. Muchas veces, la persona que los utiliza lo hace de forma inconsciente y piensa que es una cuestión menor e inofensiva. Los psicólogos sociales Samuel L. Gaertner y John F. Dovidio acuñaron en 1986 el término «racismo aversivo» para identificar las diferentes formas de racismo y comportamiento xenófobo sutil ejercido por personas que no se consideran racistas. Estas personas, muy a menudo, suelen comenzar su frase con una cantinela muy común: «Yo no soy racista, pero…».
Éstos son algunos ejemplos de esos microrracismos o expresiones estereotipadas:
– “¿Eres marroquí?… ¡Es que no lo pareces!”
– “Trabaja como un negro”.
– “Me han roto el cristal del coche, seguramente será un menor marroquí”.
– “He conocido a una chica nueva, pero es subsahariana”.
– “Mira, es gitano e ingeniero”.
– “Esto es una merienda de negros”.
Las actitudes latentes en estos ejemplos reflejan el racismo que inconscientemente pervive en muchas personas. Ellas mismas, de manera consciente o reflexiva, se pueden declarar no racistas, pero su forma de expresarse es una herramienta eficiente para alimentar el racismo, se haga con la intención de ofender, o no.
Esto nos revela la cara invisible de un racismo contra el que tenemos que luchar para que no forme parte de nuestra forma de hablar habitual y del pensamiento socialmente aceptado por las mayorías. Luchar contra estas expresiones estereotipadas requiere de más esfuerzo y de planteamientos novedosos. Y quizás la labor más ardua sea la de explicar y convencer a las personas que las utilizan de que son prácticas que ayudan a la extensión “silenciosa” del racismo sonoro que nos intoxica. Y que no es excusa que lo hagan inconscientemente e incluso, a veces, con buena intención, según explica el profesor de psicología de la Universidad de Columbia Derald Wing Sue.
Todas/os podemos ser racistas y no queremos verlo. Esto nos tiene que hacer pensar porque, igualmente, todas/os podemos ser objeto de diferentes formas de rechazo. Y también todas/os podemos ser parte activa contra el daño que producen las proclamas del racismo.
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